Consulta de Gloria

Gloria, de Valencia, escribe:  “Jorge, muchos días me miro al espejo y me desprecio, siento que no soy nadie, que mi vida es un fracaso porque no he logrado nada a nivel profesional o económico, no me gusta mi trabajo y siento que mi vida no tiene sentido. No quiero eso para mis hijos, quiero que sean alguien. ¿Cómo encontrar un sentido a mi vida y dejar atrás tanto vacío y angustia?”

 

Lo que Gloria nos comparte es bastante común, a muchas personas en algún momento nos ha invadido ese sentimiento. Doy a EL ARTE DE EXISTIR un enfoque hacia el autoconocimiento; desde tal perspectiva, para resumir la respuesta diría que sentimos eso que Gloria nos describe cuando caemos en la ignorancia de quién somos.

Gloria se mira al espejo y cree verse a sí misma. Si reducimos nuestra identidad a lo que se puede reflejar en un espejo -es decir, a nuestro cuerpo físico- y ejecutamos una comparación con un ideal… perdemos, siempre perdemos.

La comparación a veces va más allá de lo físico: lo que percibo sobre mis logros materiales o sociales, el trabajo, la familia… A fuerza de perder en esa comparación, entendemos que nuestra vida no tiene ningún sentido; porque por mucho esfuerzo que hagamos, siempre estamos por debajo del ideal que nos hemos propuesto.

Por eso, es un poco “peligroso” introducir, al hablar de sí mismo, el concepto de “mejora”. Es peligroso aspirar a “ser mejor”. Porque mejorar es un plan a desarrollar en el tiempo, que se basa en el rechazo del presente: queremos alcanzar ser algo más o mejor en el futuro. Y cuando introducimos el futuro en la ecuación de nuestra existencia, inevitablemente también estamos introduciendo al pasado, porque no existe el futuro si no es respecto al pasado.

¿Y el pasado cuál es? El pasado es nuestra infancia. De manera que cuando nos proponemos “mejorar”, traemos al presente todos los dolores, los traumas, las penas emocionales de nuestra infancia, y las incapacidades de esa edad.

Sin darnos cuenta, creemos que estamos hablando de nosotros mismos, pero en realidad estamos hablando de algo que solo está en un lugar de nuestra mente, en la memoria, y además tergiversado por la percepción que pudo tener un niño pequeño en condiciones, por lo general, no óptimas.

¿Cómo salir de este embrollo, de este gran equívoco?

La puerta de salida es el instante presente. Y, en el instante presente, conectarnos con lo que ES de nosotros, sin incluir ninguna comparación. Es la puerta que se abre al amor de lo que ES, simplemente porque ES, aquí y ahora.

Esto es fácil decirlo, no es tan fácil vivirlo; por ello contamos, desde tiempos inmemoriales, con un sinfín de prácticas que nos permiten volver a situarnos en la ‘presencia’. Como digo, la lista de prácticas que la humanidad se ha dado resulta larguísima: rituales, plegarias, danzas, cantos, invocaciones, meditaciones…

No podemos sentir que nuestra vida tiene un sentido, si nuestra existencia está vacía de presencia, porque es nuestra presencia lo que le da sentido al existir. Y no puede haber presencia si la rechazo en nombre de una promesa de futuro. Si nosotros estamos ausentes -hay una palabra muy técnica para nombrar ese estado:  “alienados”, lejanos, alejados de nosotros mismos-, por mucho esfuerzo que hagamos, el sentido de la vida resulta inasible, imposible de experimentar.

La pregunta de Gloria resume o condensa muchísimas de las problemáticas que generan sufrimiento inútil en un individuo: la búsqueda de llegar a ser “alguien”, dice ella. El Ser, entendido como una META que debo alcanzar (siempre en el futuro, siempre “después”).

Pero claro: si el Ser es una meta que yo debo alcanzar, realizar en el futuro, estoy ignorando -o, peor aún, rechazando, negando- que YA SOY, en el momento presente. Estoy ignorando -o, peor aún, rechazando, negando- que mis padres me han dado el SER.

Esto implica atribuirme el poder, la capacidad, la potestad de darme el SER, generalmente a través de HACER o de TENER.

Implica olvidar que no somos HACERES HUMANOS ni TENERES HUMANOS, sino SERES humanos.

Decía antes que hay muchas técnicas que nos pueden servir para volver a conectarnos, a conectar nuestra propia conciencia con el ser que ya somos. Varían los métodos (según la época, la cultura, el entorno), pero todas comparten la misma intención: cultivar la presencia.

 En los últimos años se ha difundido la meditación o práctica de la atención, mindfulness, conexión con el aquí y ahora. Hay gran cantidad de propuestas que nos están hablando de esto, en los gimnasios, salas de yoga, aplicaciones digitales….

Pero cuando hablamos de meditación a muchas personas se le hace cuesta arriba, porque lo primero es pensar que no tenemos tiempo ni disciplina, que no sabemos hacerlo, que no estamos en disponibilidad de sentarnos en el suelo sobre un cojín muy incómodo, porque no somos orientales. Esa imposibilidad genera frustración. Para evitar ese sentimiento, tal vez sea útil explicar que la meditación no es algo que se pueda “hacer”. Lo que en Occidente se denomina “meditación” es un estado de conciencia que ya forma parte de nuestro potencial individual, y al que podemos acceder, o no.

No somos nosotros quienes vamos a “producir” ese estado de conciencia a través de la práctica, el esfuerzo, la disciplina, etc.. Estoy hablando de “experimentar” ese estado de conciencia, no de generarlo. Igual que, por la noche, experimentamos otro estado de conciencia llamado “sueño profundo”; o, por la mañana, otro llamado “despertar”. No los producimos, ya son. Los experimentamos, o no.  

Por eso yo sugeriría olvidar un poco todas las técnicas y todos los aprendizajes y partir, simplemente, de la vida cotidiana. Sugiero practicar la presencia en aquello que nosotros hacemos en nuestra diaria existencia, sin cambiar nada de ella.

¿Cuál es el instrumento de oro que tenemos para este “ejercicio o gimnasia de la conciencia”? El mismo que usamos para la gimnasia muscular: nuestro cuerpo físico.

Sí, nuestro cuerpo, que experimenta sensaciones, en el contacto con el mundo exterior y con mi mundo interno. Si por ejemplo yo toco con mi mano una mesa, siento en la piel de mi mano el contacto con la madera. Si estoy de pie, siento mi peso, el contacto de mis pies en el suelo. Si estoy sentado siento el contacto con la silla. Si voy caminando siento el aire en mi rostro. Si presto atención… tomo conciencia de que estoy respirando. Al mismo tiempo, puedo darme cuenta también de lo que estoy pensando, o de la emoción que estoy sintiendo en cada momento.

Dicho de otro modo: vivo mi vida diaria, dándome cuenta de que estoy vivo, siento y pienso, experimento emociones. Observo, constato, sin juzgar ni comparar con lo que me gustaría sentir o pensar.  

Todo eso que experimento en los planos sensorial, mental, emocional… ocurre en el instante presente; no hay paso de tiempo entre la experiencia y la constatación de la experiencia, la vivencia del asunto.

Entonces, mi conciencia, necesariamente, se queda allí donde mi cuerpo está. AQUÍ es donde mi cuerpo está.

AHORA es el momento en el que estoy experimentando sensaciones en mi cuerpo, emociones, pensamientos….

No es nada conceptual ni abstracto, es algo muy concreto: es ser consciente de lo que estoy experimentando, sin compararlo con una experiencia hipotética o posible. Simplemente se trata de constatar que me pica la cabeza, que estoy respirando, que siento miedo o rabia…

Constatar que existo, constatar que Soy, es lo que me aporta  la conciencia plena  de Ser.

No es algo místico, no tengo que ir a la India ni tengo que sentarme en un cojín japonés… No. Es simplemente tomar conciencia de que ya SOY, y estoy experimentando plenamente el SER.

Si a esto -tan sencillo y básico- lo incorporamos a nuestra vida cotidiana, veremos que cuando estamos desayunando somos plenamente una persona que desayuna; y cuando estamos trabajando somos plenamente una persona que trabaja; y cuando estamos paseando somos plenamente una persona que pasea.

Para terminar, vuelvo a la consulta de Gloria y, a riesgo de parecer simplista, en lugar de entrar en un análisis clínico o filosófico yo sugeriría algo muy concreto. Mi sugerencia es que, en lugar de poner su atención en un “Yo imaginario” -siempre perdedor en la comparación con un “Yo” ideal-, simplemente se limite a estar AQUÍ, AHORA constatando que ya ES plenamente alguien, y que no será MÁS alguien porque TENGA más de algo, ni porque HAGA más.

No hay manera de ser más ALGUIEN de lo que ya SOMOS.