MEDITACIÓN

Este apartado de EL ARTE DE EXISTIR no es sobre la meditación, sino para la meditación. Es una herramienta: facilita la práctica del estado de conciencia llamado ATENCIÓN PLENA, y ayuda a profundizar en el proceso de auto conocimiento.

Por ello, no se dirige a tu mente lógica y acostumbrada a discriminar si algo está bien o mal, si es blanco o negro, sino a tu lado más silencioso, creativo, intuitivo, lúdico y abierto a lo nuevo. Ese aspecto tuyo menos presionado, también, por la exigencia de saber, de tener siempre razón o de establecer categorías.

MEDITACIÓN

Este apartado de EL ARTE DE EXISTIR no es sobre la meditación, sino para la meditación. Es una herramienta: facilita la práctica del estado de conciencia llamado ATENCIÓN PLENA, y ayuda a profundizar en el proceso de auto conocimiento.

Por ello, no se dirige a tu mente lógica y acostumbrada a discriminar si algo está bien o mal, si es blanco o negro, sino a tu lado más silencioso, creativo, intuitivo, lúdico y abierto a lo nuevo. Ese aspecto tuyo menos presionado, también, por la exigencia de saber, de tener siempre razón o de establecer categorías.

Antes de empezar tu práctica, deja aparcadas las prisas (y el teléfono móvil, y el ordenador, y…). Para ello, te puede resultar muy útil la alarma de tu teléfono móvil. Fija de antemano el tiempo que dedicarás a meditar (15, 20, 30 minutos, una hora… lo que decidas).

En ese lapso, permítete sentirte libre de hacer exclusivamente lo que estés haciendo para desarrollar el ejercicio de atención plena: leer, dibujar, contemplar, caminar, respirar, escribir… De esta manera, evitarás que tu mente se agite con la inquietud por el tiempo.

Dentro del plazo que has fijado para meditar, tendrás todo el tiempo necesario para hacer los ejercicios con plena atención y disponibilidad, como si contemplaras un paisaje el día más relajado de tus vacaciones.

Observa el ritmo interno que le imprimes a estas prácticas: la velocidad de tus manos, de tus ojos al leer, de tus pensamientos.

No te impongas un plazo para hacer los ejercicios. No se trata de hacerlos y terminarlos “a tiempo” cual alumno obediente, sino de ir observando lo que ocurre en ti mientras los haces o te resistes a hacerlos: ilusión, frustración, tensión, enfado, alegría, miedo…

Intenta hacer los ejercicios en un lugar donde tengas la seguridad de que nada vendrá a interrumpirte. La meditación empieza ya con la preparación de ese espacio y de los elementos necesarios para los ejercicios: mesa y silla cómodas, cojines, colchoneta, luz adecuada, tal vez flores, tal vez un incienso… Estás montando -con plena consciencia, observando tus gestos, tus pensamientos y lo que experimentas emocionalmente…- un espacio ritual destinado a acoger el encuentro íntimo.

Considera a ese espacio como “un lugar al cual volver”, un hogar donde encontrar lo más tuyo y auténtico, lo más íntimo, tal como vuelves cada mañana frente al espejo para encontrar tus propios ojos.

Ese lugar está siempre asociado al silencio. Allí, el silencio reina. De modo que puedes repetir estas prácticas cuantas veces quieras: la experiencia interna jamás será la misma. Así, constatarás que tu eres cada vez una persona nueva, nacida en ese instante.

Al seguir las consignas de cada meditación, observa –sin juzgarte- qué ocurre en tu cuerpo mientras lo haces: respiración, postura, tensiones, comodidad o incomodidad, sensaciones en el pecho, la garganta, el plexo solar, el abdomen…

Observa, asimismo –sin criticarte- tu actitud interna: ¿hay esfuerzo y dificultad?, ¿hay facilidad y fluidez?, ¿lo estás haciendo desde el sentido del deber, o desde el simple gusto por hacerlo, cual si se tratara de un juego?, ¿sientes impaciencia, deseos de terminar y pasar a otra cosa, o podrías seguir indefinidamente?

Observa también –sin opinar- lo que ocurre en tu mente mientras haces el ejercicio: ¿qué pensamientos detectas?, ¿oyes un diálogo interior?, ¿hay en ti un Pepito Grillo que todo lo cuestiona?, ¿piensas en cosas del pasado, o del futuro?, ¿hay críticas o elogios por la calidad de la tarea que realizas?, ¿hay dudas acerca de si lo haces bien o mal?, ¿te preguntas por el sentido de estar haciendo lo que haces?

Observa, –sin presuponer “lo que se debería sentir”- tus emociones: ¿miedo, tristeza, rabia, alegría, vergüenza, culpa…?

Por último, observa el infinito espacio vacío donde todos esos fenómenos –emociones, sensaciones corporales, pensamientos- tienen lugar.

Mientras desarrollas los ejercicios, permite que tu atención acompañe tu experiencia. Pero si notas que te distraes -si de pronto te das cuenta de que tu conciencia ha viajado a la lista de la compra, a esa llamada pendiente desde hace días o a la rabia que te provoca el vecino que aparca la moto frente a tu portal…- no luches: simplemente constata que eso es lo que hay en tu mente en ese momento. Y, si ves que estás luchando, obsérvate luchando, no te critiques, déjalo pasar. Luego, vuelve a traer la atención al ejercicio, a tu cuerpo, a tu respiración, a tus emociones de ese instante.

Siempre que practiques estos ejercicios, permite que todo tu organismo se convierta en caja de resonancia: tu eres el instrumento de la atención. De ti es que emanará el sabor, el ritmo y el conocimiento.

Los ejercicios están para generarte sensaciones, emociones, recuerdos, asociaciones, fantasías… Es decir: experiencias internas que aparecerán en tu conciencia para que también de ellas hagas una lectura atenta, con calma, aceptación y creatividad.

Ten siempre un cuaderno cerca. La práctica es un proceso, y seguramente te será muy útil dejar testimonio de ese recorrido a medida que lo desarrollas.

La observación de la experiencia interna es la esencia misma de esta práctica: el cuaderno puede convertirse en un buen lugar para aprender a testimoniar sin juzgar, aceptando plenamente lo que uno atraviesa en cada momento.

La relectura de los cuadernos es a veces muy reveladora: suelen aparecer las mismas creencias, los mismos patrones de conducta, las mismas reacciones…

Esta sugerencia no es una invitación a que -cuando escribes en el cuaderno- te dediques a reflexionar, analizar, recordar, interpretar o elaborar cadenas causales con el objetivo de…

No se trata de escribir “acerca de” lo que te está pasando, ni de sacar conclusiones. Tampoco de adjetivar: mal, bien… Evita, en la medida de lo posible, los adjetivos; y, si aparecen, intenta substituirlos por sustantivos.

Para escribir, consulta a tu cuerpo: ¿qué sientes?, ¿qué palabras, qué ritmos, qué frases brotan de las sensaciones físicas que estás experimentando en ese instante?

No olvides que la práctica de la atención plena no se limita a unos pocos minutos de meditación. El objetivo último es practicar, en tu vida cotidiana, la actitud que encarna estos principios básicos que acabo de enumerar.

Las banales o importantes actividades de cada día –el camino al trabajo, la lavadora, la preparación de la cena…- son sin duda la mejor ocasión para practicar la atención plena.

La existencia diaria no deja de brindarnos, momento a momento, esa maravillosa oportunidad de estar presentes en lo que hacemos.