Anoche soñé que –sentado en el banco, junto al pequeño Buda que vino de India- yo hablaba con la gran piedra del jardín. Sí, soñé una escena muy parecida a las que suelo vivir cada mañana, en la llamada ‘vida real’. 

Me apresuro a aclarar que el parecido sólo se refería a la situación: estaba el pequeño Buda, estaba yo en el banco, estaba la piedra con sus musgos y líquenes tan característicos… 

Pero anoche, en mi sueño, la piedra no me hablaba con ese tono brusco y sentencioso que suele emplear en nuestras conversaciones. Bien al contrario, se dirigía a mí con paciencia y dulzura… 

Era la misma piedra, de eso no me quedan dudas, pero ‘interiormente’ –por decirlo de alguna manera- era otra.

Tengo, ahora, un recuerdo muy vago y desdibujado del tema que abordábamos en esa conversación soñada. Tampoco sé cómo empezó ese diálogo onírico. Sin embargo, me queda la absoluta certeza de que la piedra, ignoro a raíz de qué, en cierto pasaje del sueño me habló largamente acerca de ‘la creatividad de los árboles’. 

Eso sí que lo recuerdo perfectamente: ¡‘la creatividad de los árboles’!

Lamento muchísimo haber olvidado lo que me dijo. Es una pena, porque me queda muy nítida la sensación de que sus palabras ejercían sobre mí, en ese momento, un efecto sumamente benéfico, que parecía profundo y definitivamente transformador.

Tengo todavía la impresión de que aquello que la piedra me decía acerca de ‘la creatividad de los árboles’ modificaba radicalmente mi comprensión de la vida, del mundo, y de mí mismo, y que esa nueva comprensión me proporcionaba un gran alivio, y una energía que bien podría llamar… ‘plenitud’, o ‘felicidad’. 

No puedo evitar preguntarme, ahora: ¿qué era eso tan trascendental que la piedra del jardín, con un tono inusual en ella, generosamente me revelaba…? 

Durante el sueño yo no sólo lo veía clarísimo (era imposible NO verlo, dada la manera en que ella me lo estaba mostrando): además era como si… ¡volviera a verlo! 

Sí, en ese momento estaba claro que -no sé dónde ni cuándo- yo ya había sabido todo eso que la piedra me decía sobre ‘la creatividad de los árboles’.

Recuerdo que yo la escuchaba y pensaba: 

“¡Es verdad! ¡¿Si ya lo sabía… cómo lo he podido olvidar?! ¡¿Cómo he podido vivir en la ignorancia?!”

Pero, lo más importante del sueño fue que –en todo mi ser- yo experimentaba el poderosísimo impacto de esa visión. No era un saber de mi mente. Era una epifanía. Era como si el sonido o el significado de las palabras de la piedra me envolvieran en la Luz, la Alegría y la Gracia. 

Lamentablemente al despertar, como he dicho, a todo eso lo volví a perder. 

Puesto que lo he soñado –me digo, buscando consuelo- es innegable que ‘eso’ que se esconde tras ‘la creatividad de los árboles’ está en mí, me constituye; pero es un conocimiento que, sin embargo, no está al alcance de la conciencia de quien yo creo ser cuando estoy despierto. 

Esta mañana, antes de desayunar, fui a hablar con la piedra y le conté lo poco que recuerdo del sueño. 

“Es una pena que, ahora, haya olvidado lo que me dijiste”, me lamenté. 

“Si el pequeño Buda que te trajeron de India pudiera hablar –dijo ella-, respondería a tus lamentos con una sola palabra.”

“¿Cuál?”

“¡Apego!”

“¿Apego…?”

“Sí: te ha sido dada la gracia de la iluminación, pero no te basta: además… ¡quieres que dure!”

“Bueno… admito que a mí me gustaría…” 

“¡Apego! A ti te gustaría… ¡Como si el conocimiento pudiera extraerse de la Eternidad para introducirlo en el Tiempo!”

Esta conversación, estaba claro, no era parte de un sueño. Ahí estaba la piedra de mi jardín, bien reconocible, bien real, hablándome… con su tono de siempre.