Esta mañana trabajé duro con la cortadora de césped, pero la satisfacción de ver el jardín resplandeciente compensó con creces la fatiga. 

Después, me entretuve un buen rato con el chorro de la manguera: el agua fresca iba despertando el verde de la hierba recién cortada, iluminándola, trayéndola otra vez a la vida. 

Yo sentía que los músculos de mis brazos y hombros todavía vibraban, tensos, por el esfuerzo. Las piernas me pesaban. En mis oídos quedaban ecos del motor de la segadora. Me inundaba y me envolvía, intenso, el olor de la pradera.

Al fin, felizmente cansado, me dejé caer sobre el banco que está junto a la piedra, a la sombra del gran roble que domina el jardín.

“Siento cada milímetro de mi cuerpo”, dije. 

“Eso significa que estás plenamente en tu cuerpo, que estás plenamente en tu hogar -dijo la piedra-. Y estar en tu hogar es, también, estar plenamente en el mundo”. 

No respondí. 

Me sentía demasiado cansado para hablar. 

La piedra comprendió mi silencio.

“El hogar de todo individuo, siguió, está en el mundo, está ‘con’ los otros. Porque su cuerpo es su hogar, habita en él, y nunca se siente mejor que cuando -tras haberse alejado y desconectado- regresa a casa”.

“¡Ahora mismo, puedo afirmar que he vuelto a casa!”, exclamé. El orgullo por la tarea realizada, que parecía brotar por cada poro de mi piel, me arrancó del laconismo. 

 “Sí, porque regresar a tu hogar significa volver a traer la atención a aquello que, en el instante presente, está ocurriendo en tu cuerpo. En el hogar de todo individuo, desde su nacimiento hasta su último instante de existencia, sopla un aliento vital: lo puede notar en el ir y venir de la respiración. Tu hogar está habitado por esa brisa, que es común a todos los seres vivos”.

“Entonces… quieres decir que para permanecer en mi hogar, para no volver a ausentarme…”

“No es necesario que cortes la hierba: basta que respires de manera consciente. Es la forma más elemental de estar en tu hogar. Tampoco necesitas respirar con una técnica especial: basta que pongas atención y te des cuenta de que ese complejo y maravilloso fenómeno llamado respiración se está produciendo en ti, de que el aliento vital universal está presente en ti. El aire entra y sale. Te das cuenta de ello. Eres conscientes de ese ir y venir. Eso es todo”.

Sin proponérmelo, inspiré profundamente, y luego dejé ir el aire con un sonoro suspiro.

“Cuando respiras consciente y estás en casa –concluyó la piedra-, todo el universo está también respirando contigo, y realizas que todo el universo es tu hogar”.

Me fui a duchar.