Asier, un chico de 16 años, nos cuenta que ha empezado a practicar meditación y que le atrae mucho el tema del autoconocimiento. Asier pregunta: “Jorge, ¿cómo puedo encontrar la sabiduría y la iluminación en una sociedad tan superficial y consumista como es la nuestra?” 

Asier es un chico muy precoz, lo felicito por haber iniciado tan pronto ese camino. 

Esta es una de las preguntas del millón, como se suele decir. Hay una larga tradición y una amplia bibliografía acerca de la búsqueda de la sabiduría, de la iluminación, no solo en nuestra sociedad; esto ha existido desde el origen de los tiempos.

Asier ha empezado bien, ha empezado a los 16 años a practicar meditación. No caeré en la pretensión de responderle cómo va a encontrar la sabiduría ni cuándo la va a encontrar. Pero Asier dice que se interesa por el camino del autoconocimiento, por lo tanto está muy bien orientado. Porque el camino del autoconocimiento, la exploración de sí mismo, es ir abriendo paso. Llegar al conocimiento de sí mismo… es la sabiduría. Nosotros somos conocimiento. 

En la medida en que nosotros nos conocemos, alcanzamos la sabiduría, que es intrínseca, no es algo que nos llega del exterior. Justamente, esa es la maravilla que uno vive cuando la descubre. 

Por eso hay tantas leyendas e historias de buscadores de sabiduría que recorren el mundo, que pasan mil aventuras, que superan mil pruebas para terminar en su propia casa, en el punto de origen, descubriendo que el tesoro estaba allí donde ellos se encontraban en el momento de dar del primer paso. 

Un elemento que Asier va a descubrir en este camino del autoconocimiento es que la sabiduría es eterna. Lo que no es eterno es nuestra conciencia de ella. 

Alcanzar la sabiduría, por lo tanto, es un estado de conciencia, y como cualquier otro estado de conciencia que nosotros experimentamos… es im-permanente, no dura. Una de las perfecciones de la existencia, una de las maravillas del ser humano y del estar vivo, consiste en buscar algo que ya somos. Como decía el Buda: todos estamos iluminados, pero no nos damos cuenta, vivimos distraídos. 

La meditación puede servirle a Asier, pero hay mucha gente que descubre esto sin necesidad de practicar meditación. Hay gente que lo descubre en ciertas etapas de la vida. Luego, esto se olvida, de allí viene lo que se llama la noche oscura del alma, esos períodos en los que perdemos la luz. La luz es el símbolo del conocimiento, justamente. Caemos en la oscuridad, caemos en la ignorancia, caemos otra vez en una especie de sueño que, si tenemos suerte, acaba con un despertar. Y ese despertar no dura.

Hoy yo iba caminando por Barcelona con un amigo y comentábamos sobre esos aparatos con los que uno puede jugar y ver cosas de realidad virtual… Te pones unas gafas que son pantallas, y entras en un mundo diferente, y tu cerebro toma por cierto lo que la pantalla le está mostrando. Si la pantalla está mostrando que flotas en el aire, por ejemplo, tu cerebro se lo cree, aunque tu cuerpo esté asentado con los pies en la tierra. 

Podríamos decir que, lo que llamamos “ir por el mundo”, el estado de conciencia normal nuestro, es como si fuéramos con una de estas gafas de realidad virtual, así de engañados vamos. 

La sabiduría, el autoconocimiento, el saber quién soy, lo que Asier está buscando, es como si de pronto te desenchufaran del aparato de realidad virtual. Y entonces te dieras cuenta de cómo es todo, de qué es todo, dejaras de tomar lo aparente por lo real, lo percibido por lo que es. 

Para bien o para mal la condición humana se mueve en estas variaciones de la conciencia. Hay mil técnicas que favorecen o que facilitan el conectarse con las cosas como son. Pero lo cierto es que también en la vida cotidiana, sin que nosotros lo pretendamos, muchas veces vivimos este estado de conciencia, de conexión. Puede ser preparando una pizza, o jugando con un niño, o caminando por el parque… De cualquier modo puede surgir en nosotros este estado de presencia, esta plena presencia, esta conexión con lo que Es en el instante presente. 

En última instancia, es lo que este chico, Asier, está sediento de encontrar. Yo lo felicito otra vez. Me parece que está demostrando preocupaciones existenciales profundas que son propias de su edad, pero no todos a su edad encuentran caminos tan específicos para abordarlos. Espero que muy pronto me envie alguna otra pregunta que refleje el momento en el que se encuentra de su búsqueda. Porque, claro, la búsqueda no es que tenga un fin en el tiempo, sino que a cada golpe de iluminación, a cada momento de gran sabiduría, le siguen, normalmente, momentos de caída, de olvido, de oscuridad, con el consecuente sufrimiento. El sufrimiento aviva el fuego que nos lleva, nos propulsa a buscar este conocimiento, esta sabiduría, como si tuviéramos la intuición de que es lo único que realmente nos libera del sufrimiento inútil.