Rosa, de Zaragoza, cuenta que su padre ha empezado a tener problemas con la bebida desde que se ha jubilado. Era un hombre muy activo, que ponía toda su energía en su trabajo, dice. Su padre también ha desarrollado diabetes, lo que dificulta aún más la situación. Rosa explica que sufre mucho con todo eso, que siente muchísima impotencia y ganas de alejarse. “¿Cómo puedo yo ayudar a mi padre si él no se da cuenta que necesita de ayuda?”
En el caso de Rosa habría que discriminar bien las dos cosas que le están preocupando, porque hace dos preguntas en una. Aparentemente, su pregunta se refiere a cómo ayudar a su padre; pero en la redacción de su pregunta lo que yo veo es que ELLA no sabe qué hacer con su padre.
Son dos problemas diferentes que merecen dos respuestas diferentes.
Y no en el orden en el que ella las plantea: es más importante para ella resolver su problema personal respecto a su padre, que ir a resolver el problema del alcoholismo de su padre.
Entonces, primero: la mejor ayuda que puede brindarle a su padre es resolver su propia gestión emocional de la situación. Si se plantea que solo encontrará paz si logra qe su padre deje de beber, podemos afirmar que está abocada al fracaso.
Cada vez que su padre beba, ella se va a sentir impotente, frustrada en su esfuerzo por impedirle que beba. Y, entonces, va a acumular rabia contra su padre, y lo único que hará será agredirlo, reprocharle y llenarse de rencor.
Lo más importante en estos casos es poder relacionarse desde la paz interior con la otra persona. Y no encontraremos paz interior si no partimos de aceptar el destino de la otra persona.
Yo sé que parece muy duro esto que digo, más aún tratándose del propio padre. Pero no estoy diciendo: deja a tu padre que haga lo que quiera…No. No me refiero a eso. Digo: intenta encontrar paz en tu corazón, cualquiera sea el destino de tu padre.
Nosotros no podemos situarnos por encima de nuestros padres. Es una falta, un pecado de orgullo, creer que nosotros sabemos mejor que la otra persona lo que la otra persona debe vivir. Es como negarle a la otra persona su dignidad de ser humano, su camino, su destino.
Ignoro la edad de Rosa y la edad de su padre, pero en todo caso, podemos arriesgarnos a pensar que el padre debe tener entre veinte y cuarenta años más que ella. Es decir: entre veinte y cuarenta años más de experiencia como ser humano, de experiencia de estar en la Tierra como ser humano.
Me parece muy pretencioso darle lecciones de cómo tiene que vivir a una persona que nos lleva una ventaja de entre veinte y cuarenta años de conocimiento de la realidad de vivir en la Tierra.
Entiendo que lo primero sería acercarnos al otro humildemente, y respetando su destino. Nosotros no podemos saber el destino que está escribiendo su padre – y cuando hablo de destino, no estoy queriendo decir que en algún lugar hay un gran libro en donde está escrito el devenir de todas las persona, no es así…-
Yo entiendo que el destino lo estamos escribiendo cada uno de nosotros en el tiempo presente. Es como un doble movimiento de escribir nuestro destino, y cumplir nuestro destino… en el mismo instante. Y nosotros no tenemos el derecho de cambiarle el destino a una persona que nos lleva una ventaja enorme en la experiencia de ser un humano.
Para resumir, yo le sugiero a Rosa que se centre en su propio corazón, en aceptar a su padre y honrarlo, en ser humilde ante él. Le sugiero que abandone la creencia de que ella sabe -por ejemplo- que su padre NO tiene que morir de diabetes, o que tendría que vivir de otra manera, soportando la existencia sin echar mano del alcohol.
En este momento, su padre, para soportar su existencia, está echando mano del alcohol, y seguramente eso nos preocuparía también mucho si se tratara de nuestro padre. Cuántas personas en nuestra sociedad -en una sociedad en la que muchas veces a los hombres y a las mujeres que llegan a la tercera edad se los minusvalora, se los margina, se deja de considerarlos dignos…- cuántas veces condenamos a estas personas a que vivan embrutecidas por las drogas que se venden en las farmacias. Drogas en muchos casos más dañinas que el alcohol comprado en un supermercado o en un bar.
Miremos de frente esta realidad; este es el mundo que nosotros habitamos; no nos contemos películas de eternas felicidades. Llegar a la edad de la jubilación después de haber trabajado décadas, y no tener tal vez la capacidad de generar una nueva actividad, de generar una nueva motivación, es una experiencia muy dura para un ser humano. Deberíamos saber ponernos en la piel de esa persona, necesitaríamos tratar de empatizar, de comprender y tener una mínima actitud compasiva con esa persona. No lo hace porque está divertido y porque está celebrando la felicidad de su tercera edad. Lo hace porque tal vez se siente muy mal y no encuentra otro modo de sobrellevar su vida cotidiana que tomando unos tragos y dejándose influir por el efecto del alcohol para soportar un poco su realidad. Eso no le favorece para su diabetes, claro que no le favorece para la diabetes, pero en este caso, seguramente, sufre más de su existencia que de su diabetes.
Tampoco podemos saber si este señor, el padre de Rosa, tiene ganas de vivir. Las ganas de Rosa de que su padre no se muera no quieren decir que él tenga deseos de vivir.
Entonces, fundamentalmente, yo lo que le sugeriría es que mirara hacia adentro, que encontrara paz, que encontrara amor y que encontrara la capacidad de empatizar con su padre. Y, tal vez, esa sea la puerta de entrada para un acompañamiento amoroso, próximo a estos años de su padre, que son años que no vive tan contento como cuando estaba ocupado y empleado y con el tiempo lleno de actividades.