Romina, de Mendoza (Argentina), tiene 32 años. “Mi problema -me escribe- es que no puedo confiar en los hombres. Mi papá engañó toda su vida a mi mamá y de allí, creo, nace esta desconfianza generalizada. Hoy tengo problemas de celos desmedidos, los controlo exteriormente como puedo, pero me ‘comen’ por dentro y sufro mucho.”.

Romina cree, está convencida de que no confía en los hombres. 

¿Dónde se produce la experiencia que hace Romina de la desconfianza? 

Ella cree que hay un origen externo. En su opinión, su experiencia de la desconfianza proviene de los hombres, a causa de lo que su padre (en el pasado) engañó a su mamá. Sin embargo, su experiencia de la desconfianza -esa energía en la que ella está vibrando- se produce en ella, ahora. 

Romina está generando la desconfianza en sí misma (mediante la afirmación de que todos los hombres engañan a sus mujeres), y en consecuencia la está realmente experimentando.

Da igual si los hombres engañan o no engañan a sus mujeres, o si un hombre engaña o no engaña a Romina. Ella YA está sufriendo la desconfianza y los celos. Hasta es posible que Romina -por miedo a esa hipotética traición- evite la relación con un hombre, y que sin embargo no dejara de sufrir esa desconfianza; el temor al engaño sería el mismo. 

O sea: ni siquiera es necesario que haya un hombre en su vida para que ella ya sufra los efectos dolorosos de la desconfianza. Hasta ese punto los hombres no juegan ningún papel en este asunto. 

Es su mente -lo que ella se dice, sus creencias, sus afirmaciones- la protagonista. 

La desconfianza, entonces, es una energía que Romina está cultivando. ¿Para qué? ¡Para no traicionar a su madre! Su tema, no olvidemos, es: fidelidad o traición. Y Romina quiere ser “mejor que su padre”, es decir… quiere ser fiel a su madre. 

Pero hay algo de lo que Romina no se ha dado cuenta todavía: siéndole fiel a su madre, vibrando en la energía de la fidelidad, está también siéndole fiel a su padre, el engañador, el que traicionó. 

Romina está, en última instancia, con esa fidelidad… traicionando. 

¿A quién? ¡A sí misma! Se está siendo infiel. 

Es importante ver cómo se genera en ella el sentimiento de desconfianza a partir de una afirmación: mi padre fue infiel a mi madre, por lo tanto… todos los hombres son infieles. 

Cuando hacemos una afirmación de ese tipo, inevitablemente viviremos la experiencia confirmatoria. Romina lo está confirmando con su propia experiencia. La fidelidad nunca es al otro. Si su padre tenía un compromiso de exclusividad con su madre, y la engañaba, si salía con otras mujeres… estaba faltando a ese compromiso que había asumido en su propia conciencia. Por lo tanto, él traicionaba su propio compromiso: no traicionaba a su mujer. Se estaba siendo infiel, igual que ahora Romina. 

Además, por lo que cuenta Romina, su madre estaba al corriente de esa conducta del marido: no había engaño. 

Entonces: Romina quisiera dejar de sentir desconfianza, pero la está cultivando por fidelidad a su madre. Ella NO quiere ni imaginar relacionarse con un hombre que NO la engañe: porque eso sería traicionar a su madre; ella viviría una vida mejor que su madre, y además invalidaría su creencia acerca de la infidelidad de los hombres. Y eso no se lo puede permitir, porque -en teoría- no soporta la traición. 

Romina, a la traición, solo la ve bajo la forma de hombres engañando a las mujeres, pero hay muchas formas de traición. Y la energía, en todas esas formas, es la misma. A nuestro cerebro le es indiferente si es la traición a mamá, o es la traición de alguien hacia mí, o es la traición que yo mismo me hago: la energía vibra igual. 

Entonces, si Romina comprende que tiene que empezar por ser fiel a sí misma, y que su misión en la vida es ser fiel a sí misma, dejará de traicionarse en aras de no traicionar a su mamá. 

¿Qué sentirá en el momento en que ella comience a ser fiel a sí misma? Confianza. 

No puedes sentir confianza si no te eres fiel. ¿En quién vas a depositar confianza si no te eres fiel ante tu propia conciencia? De esa fidelidad es que nace el sentimiento de la confianza. ¿En quién confías? En ti. Si no confías en ti, vas a proyectar esa desconfianza en los hombres, en los extranjeros, en los de color diferente, en cualquiera que se te cruce por delante. Porque será tu desconfianza proyectada sobre el mundo. 

Hay otro matiz en esto que también a Romina le podría venir bien observar. Y es que seguramente le sería muy sano permitirse aceptar, en su escala de valores, que haya hombres diferentes a su padre. Por ahora, eso ella no lo admite (porque, evidentemente, sería traicionar a su padre, a quien como vimos está siendo fiel).

En su conciencia actual, si ella encontrara un hombre fiel, “digno de confianza”… estaría traicionando a su padre. Porque estaría viviendo la experiencia de estar con un nombre “mejor” que su padre. Y eso, por fidelidad, no se lo puede permitir. 

Le haría mucho bien aceptar que tal vez hay hombres más fieles que su padre, más dignos de confianza, y no sentirse por eso traicionando a su papá. 

Al principio de esta respuesta señalé que Romina tiene otra creencia: que “los celos que la corroen” tienen su origen en la conducta de su padre. Ese tipo de explicación, por un lado, culpabiliza a otra persona de lo que siente ella; y, por la misma razón (por convertirla en víctima) la inhabilita para salir del sufrimiento.

Lo cierto es que muchísimas personas que comparten ese sufrimiento (los celos) no necesariamente han tenido un padre que engañaba su madre. Y el celoso no necesita que lo engañen para sentirse así: ya vimos que Romina se ciente celosa, la traicionen o no. Siente celos… “por las dudas”. Se cura en salud. 

Romina está obsesionada con la traición, pero ella cree que es la traición de su padre a su madre, aunque en realidad es la suya. Cuando admita que está activando la energía de la traición, de que no se es fiel, dejará de ser celosa. El día que admita su capacidad de traición, no tendrá necesidad de vivir los celos proyectados hacia el otro.