Me escribe Cristina y pregunta:

“Jorge: tengo 52 años y muchas veces no me siento útil en la vida, siento que la estoy desperdiciando. ¿Cómo puedo descubrir cuáles son mis talentos y mi misión en el mundo?”

 

Cristina parte de afirmar que ella debe tener, supone, una misión singular en esta vida. Y, como no la encuentra… se siente mal.

Yo la invitaría a pensar que su misión en la vida es la misma que tengo yo, o cualquier otra persona. Por lo tanto, no sería tanto una misión que, formalmente, necesite una respuesta de orden: HAZ esto, o HAZ lo otro.

Nosotros, cuando recorremos la vida y vamos desarrollándonos, naturalmente notamos que disponemos de capacidades muy diferentes según las edades, y según las circunstancias que nos toca vivir. No tenemos las mismas capacidades cuando somos un niño en el jardín de infantes, que cuando somos un niño en la escuela primaria, o cuando somos un adolescente en el colegio, o un joven que empieza a estudiar algo superior o empieza a trabajar. Tenemos distintas capacidades, que nos permiten hacer cosas muy diferentes.

Por lo tanto, es inútil buscar nuestra misión en el plano del HACER, porque en ese plano todo va cambiando.

Necesitamos, para sentir que estamos cumpliendo con nuestra misión, ir a buscar la respuesta no en el plano del HACER, no en el plano de lo cambiante o de lo impermanente, sino en el plano del SER.

Y: ¿cuál es la misión que se nos ha encomendado a todos por igual? Ser nosotros mismos, ser quien somos, conocer o tomar conciencia de nuestra auténtica naturaleza.

Esto es algo que, a veces, nos cuesta más que HACER CIERTAS COSAS. Porque hacer cosas depende de la preparación, depende del talento, de las circunstancias, y depende de la voluntad.

En cambio, cuando hablamos de sentirnos realizados y realizándonos en nuestra vida, no depende de las circunstancias o de nuestra voluntad. Nuestra voluntad no juega ningún papel en esto, porque simplemente necesitamos conectarnos con quien ya somos.

Tomar conciencia, darnos cuenta, sabernos a nosotros mismos en nuestra verdadera naturaleza… ya nos brinda ese sentimiento de plena realización que Cristina está ansiando.

Pero ella lo está buscando donde resulta imposible encontrarlo.

Imaginemos que una persona entiende que su realización está en la práctica de la medicina pero, por circunstancias sociales o políticas vive en un país donde no puede estudiar medicina. Entonces… ¿esa persona estaría condenada al fracaso existencial?

No, porque su plenitud, su éxito en el plano existencial no va a depender de lo que haga. Además, en el mismo ejemplo, esa persona tal vez pudiera llegar a estudiar medicina y a practicar la profesión, pero un día sufre un accidente muy grave y queda invalidada para seguir practicándola. ¿Esa persona pasa de la realización a la no realización? ¿Pasa del éxito al fracaso?

Sería absurdo planteárselo así. ¿Además de ser víctima de algo que le impide física o psíquicamente trabajar en lo que la realiza profesionalmente, tiene que vivir el fracaso existencial?

Otro ejemplo es el de personas que llegan a la edad de jubilarse. Antes se realizaban trabajando, haciendo, pero ahora no pueden seguir en la tarea, porque ya no los contratan o por lo que sea, y resulta que se deprimen porque no se sienten realizados. Los realizaba… HACER algo.

No, no confundamos los planos: cuando hablamos de nuestra misión en la vida, hablamos de algo que no está en el plano del HACER, porque nosotros sencillamente no somos “haceres” humanos, somos SERES humanos.

Por lo tanto, es en el plano del SER, en la dimensión del ser, en donde necesitamos ir a buscar aquello que nos permitirá sentirnos plenamente realizados.

En esta búsqueda, a veces -no sé si es el caso de Cristina, necesitaríamos más información- el obstáculo es de origen psicológico. Por cómo Cristina redacta su pregunta, parece claro que ella hace depender ese sentimiento derivado de “cumplir su misión en la Tierra” de algo que ella debe HACER para obtener aquello que busca, es decir, hacer algo y obtenerlo como resultado de su acción.

Yo, como variable a este esquema que ella, inconscientemente, se está planteando, le sugeriría que abra su compresión a que ese sentirse plenamente realizado no puede ocurrir LUEGO, no puede ocurrir en otro momento del tiempo cronológico distinto al presente.

Solo lo puede obtener “aquí y ahora”, con la actuales condiciones, en las actuales circunstancias.

El sentimiento de plena realización, como el sentimiento de paz interior, ya está en nosotros, nos es constitutivo, pero no lo “sintonizamos”, no lo realizamos en nuestra conciencia.

Entonces, no se trata de HACER nada, sino de traer nuestra conciencia al presente, que es donde ese sentimiento ya está.

Ese sentimiento proviene de un estado de conciencia, no de una acción, y ese estado de conciencia solo se puede vivir en el instante presente, y durará exactamente la eternidad que dure el instante presente.

Por lo tanto, no se trata de HACER nada, sino de SER AQUÍ Y AHORA QUIEN ELLA YA ES.

Demos una vueltita más a este tema de la misión y del sentirse realizado.

Como podemos deducir de lo que vengo diciendo, tiene mucho que ver con SENTIRSE PLENAMENTE SER.

Cuando Cristina nos habla de que está perdiendo su vida, o fracasando su vida, o desperdiciando su vida, lo que está diciendo es que, por mucho que hace y que busca, no le parece estar haciendo aquello que va a permitirle ser realmente ella misma.

Hay, en la base de su pregunta, un sentimiento de lo que algunos filósofos llaman “déficit óntico”: una carencia de ser plenamente ella misma.

Como hemos visto, ella cree que haciendo algo va a colmar, va a completar esa carencia de ser y, evidentemente, no lo consigue, porque no es de ese orden. Pero hay un elemento más que quisiera añadir a esto: estoy afirmando que Cristina ya es plenamente quien ella tiene que ser, y que solo le falta darse cuenta.

Cuando una persona, como Cristina, niega o desconoce la plenitud de ser quién es, está, en cierto modo, rechazando o negando, no reconociendo y no honrando a quienes le dieron plenamente el ser: sus padres.

Un buen camino para alcanzar la plena conciencia de ser en el aquí y ahora empieza por reconocer, aceptar y honrar plenamente a nuestros padres.

Muchas veces, detrás del sentimiento de no completud, de no ser, de falta de sentido, de déficit óntico, lo que se esconde es rabia, rencor, reproche, una forma de rechazo para con las figuras paternas (con ambas o con alguna de ellas).

Al nosotros rechazar una figura paterna, rechazamos y desconocemos, también, la función trascendente que esa figura ha tenido en nuestro recorrido existencial: que es, ni más ni menos que… la de darnos el ser, plenamente.

Porque… ¿cómo es posible que yo no sienta que soy, que no me sienta realizado, no sienta que estoy cumpliendo con mi misión de ser, si mis padres ya me han dado esa entidad plena?

Entonces, como decía más arriba, a veces el obstáculo está en el plano psíquico, en el plano emocional, en la historia con papá y mamá: detrás de este sentimiento de carencia muchas veces se esconde un conflicto con las figuras parentales, y no sería inútil orientarnos un poquito en esa dirección. Hay técnicas, hay meditaciones, hay personas que pueden ayudar a Cristina a explorar ese conflicto (que a veces se esconde tras la insistente expresión “¡tengo unos padres maravillosos!” o “¡mi infancia fue muy feliz!”), y a reconciliarse profundamente, de verdad, con los padres.

Y, sobre todo, a reconocer en los padres no solo su dimensión humana (en la que posiblemente los padres hayan podido ser deficientes, imperfectos, muchas veces hasta malvados, da igual, esas cosas pueden ocurrir). Pero, aún en esos casos, es muy importante que un individuo -si quiere conectar con su paz intrínseca y con su sentimiento de realización- pueda reconocer en sus padres una dimensión que trasciende lo humano.

Porque los padres son, precisamente, “agentes de la vida”, el eslabón inmediato anterior que nos une a la vida y a su origen; y es precisamente sentirnos parte de esa vida sin tiempo, uno de los factores que nos brindan el sentimiento que Cristina está buscando. Una vida, la nuestra, que sin embargo no se agota en nuestro recorrido individual.

Esto es virtualmente imposible de experimentar si nosotros (consciente o inconscientemente) vivimos desvinculados desde el amor con nuestros padres, y en cambio permanecemos vinculados a ellos a través del reproche, de la queja, (tan comunes en la adolescencia, cuando vemos todas las imperfecciones de nuestros padres, que podrían amarnos mejor, comprendernos mejor, cuidarnos mejor, estar más presentes, etc., mil cosas reales o imaginarias que les podemos reprochar a nuestros padres en ese plano).

Pero me parece muy importante no confundirnos y saber reconocer, no obstante, que en otro plano nuestros padres nos han dado el ser, es decir, nos han permitido encarnar nuestra auténtica naturaleza. Y esto se sitúa, como suele decirse, “más allá del bien y del mal”.

Si queremos re-conectarnos con el amor, si pretendemos re-conocernos en tanto fuente de amor (y esto es lo que, en el fondo, anda buscando Cristina), necesitamos saber que somos una fuente amorosa… porque nuestros padres nos han dado esa condición. No nos viene dada por nuestro HACER, no nos viene dada por el HACER de nuestros padres.

Entonces, es muy importante para nosotros discernir entre aquello que podemos abordar desde lo relativo respecto a la experiencia con nuestros padres, y -por otro lado-, desde lo trascendente. Es decir, reconocer lo que ellos representan para nosotros como figuras a honrar, figuras a amar sin condiciones, a aceptar sin condiciones en el plano que les corresponde por habernos dado el ser.