En la sección LA CONSULTA del podcast EL ARTE DE EXISTIR suelo mencionar bastante a menudo las limitaciones existenciales del ser humano. Me gustaría explicar más en profundidad el concepto, y cada una de ellas.

Imagina que yo digo que el próximo verano quiero hacer un trekking en Marruecos, en el desierto. Te preguntarás cómo voy a conseguir agua en esos lugares. Imagina que yo diga que estuve tratando de organizar el aprovisionamiento de agua, y que al comprobar la dificultad decidí que -durante ese trekking-, no bebería agua.

Sin duda, pensarías que he perdido la razón. Cualquiera sabe que es imposible plantearse un proyecto de ese tipo sin hidratarse convenientemente. Todos somos conscientes de que es imposible; tenemos muy integrada en nuestra conciencia una serie de limitaciones físicas y fisiológicas. Ni siquiera pensamos en ellas: las tenemos incorporadas, forman parte de nosotros mismos. Sabemos que necesitamos beber agua, sabemos que no volamos, sabemos muchas cosas que parecen tonterías, pero no, gracias a eso organizamos nuestra vida.

Pues así como tenemos ese tipo de  limitaciones fisiológicas y físicas, tenemos limitaciones de otro orden: las limitaciones existenciales.

Son menos obvias, son menos evidentes para nosotros, pero no por ello nos condicionan menos.

Hace algunos años tuve la suerte de acceder a un curso de formación con Gonzague  Masquelier, terapeuta francés de la corriente Gestalt y coach. Masquelier ha masticado mucho este tema de las limitaciones existenciales, y ha hecho una muy bonita síntesis de los trabajos de Irvin Yalom, terapeuta, psicoanalista, psiquiatra americano que es muy conocido también como autor de novelas y relatos cortos.  Yalom es uno de los “padres” de la psicoterapia existencial, orientación inspirada en la filosofía existencialista.

Yo era un adolescente existencialista antes de haber leído a Sartre y a Camus. Así que cuando tuve la oportunidad de acceder a estos cursos en donde, de algún modo, se resume mucho del pensamiento existencialista aplicado al autoconocimiento, no dudé que me ayudaría a formalizar muchas de mis intuiciones intuiciones, y así pasó.

Fue Yalom, entonces, quien de algún modo estructuró el estudio de las limitaciones existenciales que, como veremos, son cuatro y es una sola. Porque, en realidad, se trata de un mapa, no de un territorio; es un esquema diseñado para facilitar la comprensión y el acceso a algo que es una sola cosa: la experiencia del ser humano limitado por su propia condición.

Masquelier -en plena coincidencia con Yalom- sitúa como primera y fundamental limitación existencial la finitud, la muerte, que es nuestra propia muerte y también la finitud de cualquier cosa que nosotros experimentemos. Porque, claro, cuando hablamos de la muerte no solo nos referimos a la muerte física: si por ejemplo soy un niño de cuatro años y me han comprado un helado, llega un punto en que el helado se acaba. En es momento… vivo la limitación existencial de la finitud.

Se termina un proyecto. Se acaba una pareja. Nos mudamos de casa, o de ciudad, o de país. Terminamos de leer un libro. Se nos rompe un par de zapatos que queríamos mucho… Son momentos en los que resulta necesario afrontar la finitud. A cualquier edad y constantemente, los seres humanos estamos afrontando la finitud.

En cada oportunidad, nos veremos en la necesidad de darle una respuesta a la finitud. Esa respuesta nos puede dirigir hacia abajo, o hacia arriba: puede que optemos por la angustia y la depresión, o por una revitalización, por ir hacia más vida.

Evidentemente, todos quisiéramos darle a la finitud una respuesta revitalizante: no siempre lo conseguimos.

 

Esta limitación existencial va de la mano de otra: la solitud, que nos habla de los tres tipos de soledad experimentada por los seres humanos. Aclaro: la soledad no es vista como un problema a resolver, sino algo propio de nuestra condición, igual que, por ejemplo, la sed.

Sentimos una soledad interpersonal (estoy cenando con alguien y, en algún momento de la cena, me siento solo;  estoy mirando un partido de fútbol con varios amigos y, de pronto, me siento solo). Antes o después,  nos sentiremos solos en el seno de las relaciones con los demás seres humanos, y  no porque la relación tenga un problema, no. Es que somos seres humanos, y los seres humanos experimentamos la soledad interpersonal. Es algo propio de la experiencia de ser un humano en la Tierra.

De la misma manera, hay otro tipo de soledad: la intrapersonal. Estaré solo, y a veces me sentiré solo; otras veces, no. Cuando me sienta solo no será porque tenga un problema, es algo natural que va con la condición humana.

Y hay una tercera soledad, la soledad cósmica: el ser humano a veces se sentirá solo en el cosmos, aunque esté rodeado de amigos y familiares.

De todo esto se desprende que vamos a sentir la soledad muchas veces, y cada vez que la experimentemos tendremos que dar una respuesta personal a este sentimiento. Al igual que ante la finitud, la respuesta ante la solitud puede ser la angustia y la depresión, o la revitalización.

 

La tercera de las limitaciones existenciales es la imperfección. Todo el tiempo estaré confirmando que soy imperfecto, que mis padres son imperfectos, que mis hijos son imperfectos, que mi pareja es imperfecta, que el gobierno es imperfecto, que los médicos son imperfectos, que los maestros son imperfectos… porque somos humanos.

Cada vez que me confronte a esta imperfección -propia o ajena-, tendré que dar una respuesta: angustiarme y deprimirme, o revitalizarme, fortalecerme.

 

La cuarta de estas limitaciones existenciales es la responsabilidad, que se deriva del  grado de mi libertad. ¿Hasta dónde soy responsable de lo que vivo, si mi experiencia se despliega en el plano de lo condicionado?

Todo el tiempo me veo obligado a preguntarme, a evaluar en mi conciencia individual: ¿hasta dónde soy responsable?, ¿hasta dónde puedo responsabilizarme de lo que ocurre, de lo que hago, de lo que pasa alrededor mío, de mis pensamientos y mis actos?

Hay un constante cuestionamiento acerca de los límites de mi libertad (el tema más preciado para los existenciales sartreanos), y cada vez que me topo con esas fronteras del territorio de mi responsabilidad necesito darle a la vida una respuesta. La respuesta -como ya hemos visto en los otros casos- puede ser angustiarme y deprimirme,  o revitalizarme, es decir… ir hacia más vida.

 

¿Qué ocurre cuando -ante las limitaciones existenciales- no encuentro la manera de dar una respuesta “hacia arriba”? Pues que me embarga el sentimiento de que la vida en general, y mi vida en particular, carecen de sentido. En tales casos, muchas veces decimos: “Paso por una crisis existencial, no sé lo que quiero, no sé porqué ni para qué vivo”.

Puesto que evidentemente todos deseamos dar una respuesta revitalizadora, y todos deseamos que nuestra vida nos transmita una sensación de pleno sentido, nos conviene saber que hay un camino capaz de llevarnos hasta una respuesta de ese tipo. Hay un camino para, ante ciertas situaciones, evitar caer en la angustia y en la depresión.

Ese camino está a nuestro alcance. El primer paso consiste en contar con un lugar de apoyo que nos permita “saltar hacia la vida”; internamente, necesitamos disponer de una plataforma, algo que nos dé sustento para poder ir hacia más vida.

Esa plataforma es común a las cuatro limitaciones existenciales, y se llama aceptación.

Si, volviendo al ejemplo inicial, acepto que no es posible caminar en el desierto sin beber agua, empezaré a investigar y a buscar una agencia de viajes o unas personas que me garanticen la provisión de agua al final de cada etapa.

Si acepto mi limitación física, empiezo a ir hacia más vida. Lo otro, el rechazo de mi condición fisiológica limitada, me condena a muerte en la primer jornada de caminata.

Lo mismo pasa ante las limitaciones existenciales: si nosotros las aceptamos, si las aceptamos de corazón -no resignándonos, que es algo muy distinto-, algo en nuestro interior se abre, nuestra conciencia se dilata.

Y es que cuando aceptas lo inaceptable, cuando lo acoges, lo abrazas y te entregas a eso… tu “ego”, tu Yo psicológico o como querramos llamarlo…  se rinde. Y, ahí, tu Ser, tu Yo Superior o como querramos llamarlo… emerge, se hace presente en plena conciencia.

 

Lo que voy a explicar ahora no lo aprendí en un curso de formación, sino en la vida. Cuando perdí a mi padre, estaba lo suficientemente preparado para aceptar la finitud, cosa que no me había ocurrido años antes ante la muerte de mi madre. Digo “preparado”, en el sentido de aceptar su muerte, de aceptar la finitud.

Así, en ese momento, realicé en mi conciencia algo que me dio una perspectiva nueva y diferente sobre las limitaciones existenciales.

¿Qué es lo que pude descubrir gracias a esa experiencia? Pues que cuando aceptamos la finitud, esa limitación existencial se transforma inmediatamente en un portal, en una amplísima puerta que se abre hacia otra dimensión de nuestra conciencia.

Gracias a la aceptación -profunda, sincera y en paz- de la muerte, se nos abre el  acceso a la experiencia de lo eterno.

Cuando aceptamos los límites de lo humano, se nos abre la puerta hacia lo que es más que humano en nosotros, a lo trascendente.

Lo mismo pasa con la solitud. Cuando aceptas la solitud no te resignas a la soledad: te entregas a ella, la vives, la sientes, te dejas atravesar por esa energía en tu cuerpo, procesas eso, haces la alquimia de la soledad. Entonces es cuando tu conciencia se abre al conocimiento de lo Uno, a que formas parte de una sola gran cosa.

La soledad humana – esta limitación existencial- nos hace vivir la experiencia de la separación, de la incomunicación, de la desconexión con los demás. Pero, cuando te dejas llevar por esta soledad, te entregas a esa experiencia, se te ofrece la experiencia de lo Uno. Trasciendes tus límites meramente humanos y pasas a experimentar lo que Es en su unidad.

Somos “seres humanos”, que vivimos nuestra experiencia con la limitada conciencia de “solo humanos”. Las limitaciones de las que estoy hablando son limitaciones de los humanos, no del Ser. Cuando las aceptamos y nos rendimos a ellas, cuando nos entregamos, se nos abre el acceso a la experiencia de SER. 

Lo mismo pasa con la imperfección. Si te entregas a la imperfección, y aceptas la imperfección, y te rindes a que lo humano es imperfecto, y renuncias a querer perfeccionarte o perfeccionar a otra persona… se te abre la puerta para poder concebir y experimentar la perfección de todo en otra dimensión.

Lo mismo pasa con la responsabilidad. Cuando asumes tu responsabilidad, cuando reconoces y aceptas los límites de la responsabilidad y te entregas a ellos… conoces -no de manera teórica, sino que lo vives, lo sientes- qué es exactamente la libertad.

No podemos tener una experiencia profunda de la libertad si no asumimos responsabilidad. Muchas personas viven en la creencia de que la libertad es hacer lo que uno desea, cuando desea y si que le pongan trabas, límites. Esa es una actitud infanto-juvenil, que a veces nos acompaña mucho más allá  de la infancia y de la juventud.

En realidad, cuando reivindicas como libertad el hacer lo que deseas y cuando lo deseas, es evidente que te transformas en esclavo de tu deseo. Libre eres cuando te sientes libre de hacer o no hacer lo que deseas. Eres libre cuando puedes asumir una actitud responsable -en el sentido de dar respuesta a algo, ya que lo contrario no es una respuesta, es algo mecánico-. 

Entonces: hablamos de limitaciones existenciales del ser humano, y al mismo tiempo hablamos de puertas que la vida nos ofrece a cada instante, todo el tiempo, para profundizar en el autoconocimiento; vías para profundizar en la experiencia de ser nosotros mismos más íntegramente.

A esto lo puedes hacer en el supermercado cuando te sientes ante la solitud, o en el estudio cuando te sientes ante la imperfección porque hay algo que no entendiste bien o te cuesta asimilar.

Es en la vida donde se nos brinda la oportunidad, pues no podemos separarnos de nuestra condición. Nuestra condición humana es la condición perfecta para profundizar y descubrir nuestra auténtica naturaleza.

Muchas de las problemáticas que las personas traen a la consulta son, en realidad, existenciales. Servirnos de las cuatro limitaciones me parece un punto de vista muy pragmático, muy fértil para abordarlas.

Si nos encontramos bloqueados, trabados por la angustia, conviene preguntarnos: ¿qué es lo que no estoy aceptando de mi condición humana? Porque lo que estamos rechazando -cuando no aceptamos las limitaciones existenciales- en el fondo es nuestra propia condición. Y la rechazamos porque creemos que es nuestra única condición.

Es mucho más fácil aceptar tu condición humana -limitada, miserable, imperfecta, mortal… ponle los adjetivos que quieras- si tomas conciencia de que no es tu única condición.

Es la “no sospecha” de una dimensión trascendente lo que nos lleva a aferrarnos a nuestra mera condición humana. El “pequeño Yo” no acepta, el ego no acepta. Si estamos identificados exclusivamente con nuestro ego, con nuestra narrativa, con nuestra película, con ser el protagonista de la película… nunca nos aceptaremos.

Aprovecho para sugerir la lectura del libro La negación de la muerte, de Ernst Becker. Es un trabajo en algunos momentos complejo, pero al mismo tiempo muy accesible e inspirador. Explica muy bien nuestras estrategias para, en última instancia, vivir negando la muerte: nos resistimos a aceptar la finitud y, a partir de allí, nos resistimos a aceptar cualquiera de las otras limitaciones existenciales. Porque son cuatro aspectos de lo mismo.