Consulta de Ana

Ana, de Madrid, comenta que nunca antes había experimentado tanta incertidumbre en su vida profesional y personal como en los meses de pandemia. Se siente confusa, y también triste, pues cree que hay que ser siempre fuerte, y considera que su confusión es una señal de debilidad. Pregunta qué puede hacer para convivir mejor con la incertidumbre.

 

La vida, en general, nos llena de incertidumbre, y una crisis como la pandemia magnifica esa experiencia de no saber hacia dónde vamos ni qué es lo que nos va a ir llegando… Ana busca un camino para gestionar mejor la incertidumbre.

La pandemia nos está cuestionando profundamente a todos. Normalmente, creemos tener certezas en nuestra vida de todos los días. Evidentemente, esas certezas, cuando aparece una crisis como la del Covid, se revelan como lo que son: una mera ilusión.

El trabajo era una certeza, las relaciones eran certezas, los proyectos de vacaciones, los proyectos de encuentros eran factores ciertos para nosotros. Los creíamos “ciertos”. En realidad no lo eran, pero nos habíamos contado la ilusión de que teníamos bastante control sobre el suceder de las cosas y, de hecho, más o menos así ocurría. Las clases empezaban en determinado momento, las vacaciones en otras épocas, se festejaban encuentros o fiestas en fechas precisas, podías reservar un billete de avión con meses de antelación…

Lógicamente, en la medida en que todo eso funciona uno va acrecentando y consolidando la ilusión de la certeza, de que las cosas son como una cree que son. De pronto, cuando viene un fenómeno como este de la pandemia, toda esa certeza vuela por los aires, la ilusión se revela a nuestra conciencia y nos damos cuenta de que en realidad no controlamos nada y que todo es una especie de “como si” controláramos. Y, claro, esto nos produce una profunda desazón, un profundo malestar, que es lo que Ana nos cuenta que le pasa y lo que todos, en general, podemos experimentar.

Me detengo en su pregunta sobre cómo hacer para gestionarlo, porque es una buena oportunidad para que, cada uno de nosotros, se interrogue: ¿cuál es, en mí, la certeza NO ILUSORIA?

La crisis de la pandemia es una invitación, una oportunidad para que profundicemos en la búsqueda de aquello que sí es una certeza en nosotros, lo que no depende de las circunstancias.

¿Qué hay en nosotros que no esté dependiendo de las circunstancias, y que no sea fruto de un control de nuestra voluntad, sino porque simplemente ES algo que no cambia, algo que permanece, algo que es eterno?

La pandemia nos está invitando a reconocer nuestro verdadero asidero, nuestra verdadera “guía” en la vida. Se nos está revelando que, habitualmente, usamos como guía falsas certezas, y olvidamos cuáles son las certezas reales en nuestro existir.

Esta es una oportunidad para dejar de caminar aferrados a esas falsas certezas – fruto de la ilusión, y a las cuales estamos muy apegados-; certezas que cuando se desmoronan, se dinamitan, nos sentimos perdidos. Es una oportunidad para ir a buscar en nuestro interior aquello que puede ser permanente, incorruptible, incólume, que no va a transformarse pese a los acontecimientos que pueden estar ocurriendo.

Esta búsqueda de lo auténtico y profundo en nosotros no solo nos servirá para el tiempo en que esté vigente la pandemia; también -si aprovechamos la oportunidad- nos enseñará para, en el futuro post-pandémico, no volver rápidamente a la ilusión como si nada hubiera pasado.

Ojalá esta sea una de las enseñanzas fundamentales que nos deje la pandemia: así, para el futuro, tendremos algo a qué asirnos, tendremos un guía interior que no sea exactamente lo que hasta ahora estábamos usando como guía.

Lo que veníamos usando -y ahora ha explotado, se ha desintegrado- era algo externo, algo del hábito, algo de lo (aparentemente) controlable y controlado.

¿Cuáles son las cosas que cambian? Pues cambian constantemente todas aquellas cosas que son del orden de lo relativo, del orden de la experiencia.

¿Qué es aquello que permanece, que no es del orden de lo impermanente?

La conciencia de SER.

Eso que realizamos cuando decimos simplemente… YO SOY, nuestra verdadera identidad.

Entonces, la pandemia nos invita a ir a buscar en nuestro interior aquello que es permanente; aquello que, seguramente, estaba antes de nuestro nacimiento, y estará después de nuestra muerte, y que nosotros durante la vida tenemos la capacidad de articular, de realizar como la conciencia de ser: YO SOY.

La respuesta concreta a lo que Ana pregunta es: ir hacia el interior, buscar una conexión consigo mismo en el instante presente, y constatar la solidez de nuestra existencia, más allá de las apariencias, más allá de las circunstancias, más allá de los cambios, más allá de lo que se transforma, se pierde, pasa.

¿Cómo se consigue esto?

¿Cuál es el procedimiento práctico para hacerlo?

Genéricamente, esto es lo que se llama meditación.

Pero no me refiero solo el hecho de sentarse y hacer una práctica meditativa; lo que importa es no tanto  la logística de la meditación, como la actitud en la meditación. Y la actitud en la meditación es, precisamente, la conexión de nuestra conciencia con el momento presente.

Realizamos tal conexión a través de la atención a nuestras sensaciones corporales. Nuestra conciencia viene al presente al darse cuenta de lo que nuestro cuerpo está sintiendo ahora. Abrimos nuestra atención a lo que estamos viviendo en el momento presente.

Abrimos nuestra atención a, por ejemplo la experiencia del desconcierto, a la experiencia del extravío, a la experiencia de desazón que nos produce esta incertidumbre. Son cosas que vivimos en el cuerpo, y darse cuenta de lo que sentimos en el cuerpo ya es una manera de gestionarlo.

Es decir, no se trata de buscar atajos que eviten sentir, o anestesias para no sentir los efectos de la incertidumbre: se trata de abrazar la incertidumbre, estar con la incertidumbre. No nos va a matar, la incertidumbre.

Lo que nos va a hacer daño es buscar escapar de ese sentimiento, rechazarlo, reprimirlo, negarlo, taparlo, distraernos ante él. Eso nos haría daño, porque la incertidumbre es exactamente la experiencia que “toca” vivir en este momento.

No toca evitar la incertidumbre, sino abrazarla, estar con ella. ¿Cómo? A través de las sensaciones corporales.

Hágamonos las preguntas: ¿Qué me genera o provoca la incertidumbre en el cuerpo, aquí y ahora?

No es una idea, es una experiencia física. ¿Dónde la siento? ¿Qué siento exactamente? ¿Cómo puedo describir esa sensación física? ¿A qué se parece…? ¿Tiene forma, color, temperatura…?

Me invito a estar cariñosamente con ella, aquí y ahora, por desagradable que me resulte; puedo abrirle mi corazón, aceptarla en mi vida.

Entonces voy a comprobar que esas sensaciones experimentan una transformación, una evolución que se traduce en una transformación de mi conciencia, en una comprensión diferente del momento presente, en una visión más amplia de la vida, en la posibilidad de ir a buscar detrás de las experiencias un sustrato último que es silencioso, pacífico, amoroso, compasivo.

Y todo esto gracias a esa sensación que la incertidumbre me está provocando.

En suma, la incertidumbre es, sin duda, una de las experiencias dominantes en este momento, y la incertidumbre no es algo a evitar. Podemos estar con la incertidumbre a través de estar con las sensaciones corporales que la incertidumbre nos provoca; podemos aceptarla y abrirle nuestro corazón, estar con ella. Y, gracias a la incertidumbre, detectar por detrás esa presencia, esa presencia serena, fundamental del YO SOY.

La incertidumbre que nos provoca la pandemia puede ayudarnos a experimentar nuestra auténtica naturaleza.