Rosario explica que, tras una separación de su pareja, se siente enfadada, dolida. Y pregunta: ¿cómo transitar la rabia, cómo experimentar paz?

Rosario ha vivido una muerte, la muerte de un proyecto, y todavía no acaba de aceptar ese final: está peleándose y sufriendo, instalada en el rechazo a la finitud (en este caso de su pareja), que es una de las limitaciones existenciales del ser humano. 

Nos pasa mucho eso: puede ser con una relación, con un trabajo, con una amistad… Todo el tiempo los seres humanos, a cualquier edad, experimentamos la finitud. 

Observemos el ejemplo de la sed; en muchos momentos experimentamos sed: es una limitación fisiológica, sabemos que necesitamos tomar agua a lo largo del día, no es algo que podamos elegir. ¿Qué pasaría si nos peleáramos con el hecho de tener que beber agua? Debemos beber e hidratarnos, eso es así, lo aceptamos, bebemos, buscamos el agua necesaria y la bebemos tranquilos. 

Cuando no aceptamos algunas de las limitaciones existenciales, no podemos darle respuesta a lo que la vida nos está planteando, y el resultado es la angustia y la depresión. Rosario habla de enfado, pero el enfado tiene dos vías: o se pelea o se deprime, y en ninguno de los dos casos es saludable. 

Cuando tomamos conciencia de que estamos ante a una limitación existencial, necesitamos buscar la manera de darle una respuesta que consista en relanzarnos hacia la vida, no en hundirnos. Pero para relanzarnos hacia la vida necesitamos tener un punto de apoyo, y ese punto de apoyo es la aceptación

En el momento en que se acepta la muerte de algo -en este caso la muerte de una relación, de una expectativa que Rosario se había hecho, de un proyecto ilusionante, de un amor que tal vez murió, de todo lo que puede morir cuando una relación se acaba, pues hay infinitas cosas que mueren en una separación- en el momento que se acepta, y que se abraza… entonces se encuentra espontáneamente ese punto de apoyo para ir hacia la vida, hacia más vida

Pero si alguien se mantiene en el rechazo… se hunde. Se hunde en la tristeza, se hunde en la depresión, porque no acepta la vida tal como es, y entonces desea irse de la vida: eso es la depresión. Y Rosario está con rabia, se está rebelando contra la vida tal como es. La vida nos muestra que los amores a veces se acaban; que las relaciones, nos guste o no nos guste, muchas veces se terminan, e incluso no siempre terminan súper bien. 

A Rosario le da rabia que la relación se haya acabado: no termina de aceptarlo. Cuando aceptas que algo ha muerto, puedes entrar en la tristeza, y la tristeza te deja en una especie de abatimiento, de flojera, pero te permite “soltar” eso que murió. Y cuando sueltas eso que murió, el gesto natural es abrir las manos; dejas ir eso que tenías aferrado, tus manos quedan abiertas y pueden recibir algo nuevo que la vida te traerá. 

Pero si tú  no sueltas eso que ha muerto, la vida te traerá cosas nuevas y te sorprenderá con las manos ocupadas, no las podrás acoger, te pasarán de largo. Y te dará la impresión de que la vida no trae nada nuevo. Lo siempre es que siempre la vida trae algo nuevo, pero no lo verás, no lo reconocerás, porque no estás preparado para acogerlo. Entonces, en el caso de Rosario, se trata de que encuentre la manera de adoptar una actitud humilde ante la vida; necesita humildad para aceptar que las cosas acaban, y que nosotros no podemos vivir poniéndole exigencias a la vida. Tenemos que hacer nuestra experiencia con lo que la vida nos da, y la vida nos da muchísimo, la vida es muy generosa, la vida es muy bondadosa, nos da muchísimo. No siempre lo que nos da nos gusta, eso también es verdad. Porque por lo general nosotros esperamos ciertas cosas de la vida, no estamos abiertos a “todo” lo que la vida nos da. 

Me gusta usar la imagen de un náufrago que está solo en una isla, y todas las mañanas va a ver qué le ha traído la marea durante la noche. Él no puede ponerle a la marea una lista de exigencias de lo que quiere recibir. Tendrá que ir a ver, y sentirse contento con lo que la marea le ha traído, y con eso hacer su vida, sacándole el mayor provecho a lo que la marea durante la noche arrojó a la playa. Nosotros no vivimos siempre así. Estamos generalmente redactando una lista muy precisa de “lo que necesito y lo que quiero”. Y nos enfadamos cuando la vida no nos da exactamente lo que nosotros pensamos que necesitamos para ser felices. 

Ese no parece un buen  sistema, no ayuda a fluir con la vida. Hay maneras más fáciles de vivir, abiertos a apreciar todo lo que la vida nos trae.

La aceptación, como decía antes, está ligada a la humildad. Su contrario, claro, es el orgullo.  Rosario está adoptando una actitud de orgullo: no acepta que se haya acabado esa pareja. “¡No puede ser que mi pareja se rompa!” Está enfadada.

No podemos negar la tristeza que provoca romper una pareja, la tristeza es una de las experiencias que, en casos como este, inevitablemente nos toca vivir.

La aceptación incluye abrazar el dolor y la tristeza, entregándonos a esas emociones, permitiéndonos vivirlas, atravesarlas. A veces preferimos enrabietarnos. Yo no conozco a Rosario; posiblemente pertenece a esa tipología de personas que, ante ciertas situaciones, no se permiten vivir una emoción como la tristeza. 

En el libro Las cuatro emociones básicas, que ayudé a escribir a Marcelo Antoni, se explica muy bien que en todos los sistemas familiares existen las denominadas “emociones negadas”. Ante esas emociones negadas se adoptan “emociones sustitutivas”. 

Hay individuos que, aunque la situación sea para estar muy triste, siempre se pondrán rabiosas. Por alguna razón que cabría investigar, por alguna creencia, la persona no se permite vivir la tristeza, no sabe vivirla. Entonces, ante una situación de pérdida, por ejemplo, se enfada, sólo da como respuesta la ira. 

De la misma manera, hay gente a la que la estás molestando, la estás frustrando, la estás haciendo daño y…  ¡no se enfada nunca, se pone triste! Esto tiene que ver con la vida que generalmente uno aprendió a vivir en el hogar, en donde en lugar de fluir libremente de un emoción a otra, hay ciertas emociones que no se quieren visitar, no se desean experimentar. 

Encontramos, pues, emociones negadas, y las llamadas emociones fijadas. Esta últimas son una especie de comodín, una carta usada siempre, ante cualquier situación. Tal vez no tiene mucho sentido que, en cierto momento, aparezca el enfado; pero el individuo no sabe responder desde otra emoción que no sea la rabia.  Es lo que esa persona aprendió; no sabe salir del enfado porque todavía no ha tomado conciencia de que está preparada para vivir también la tristeza. Y que estar triste no es motivo de exclusión, de castigo, de vergüenza.

No es justo pedirle a ese individuo que abrace la tristeza y la pena, ya que desde la infancia aprendió que no puede -ni debe- vivir la tristeza. 

¿Cómo lo llegaría a hacer? Hay que desarrollar un trabajo con esa persona, para que -primero- reconozca la creencia que la está limitando; y -luego- se permita, poco a poco, encontrar un espacio de seguridad en el cual empezar a expresar aunque sea un poquito de su tristeza. 

Hay toda una tarea de “reeducación emocional” que se puede hacer, porque todos tenemos una muy mala educación emocional, rebosante de creencias: creemos que hay emociones malas y emociones buenas; que es lícito y aceptable experimentar unas, pero completamente desaconsejable otras…

Por ejemplo, hay gente que tiene por emoción negada la alegría. Debido a algún tipo de creencia individual o del sistema familiar, no hay manera de que se muestren satisfechos y contentos. No hay modo de que experimenten esa alegría. Muchas veces resulta difícil comprender porqué están siempre tristes, o enfadados, o miedosos… No hay una relación directa entre lo que está ocurriendo, lo que viven, y lo que experimentan internamente.