Esta mañana, compartí con la piedra mi gran preocupación y tristeza por algunas actitudes de mi hijo adolescente. A partir de ese comentario, nuestra conversación fue centrándose en el complejo y siempre apasionante tema de la paternidad.

“La paternidad, en sí misma, no representa ningún problema -afirmó rotundamente la piedra-. Es algo tan natural como respirar y caminar, como el volar de los pájaros.”

“Ya, ya, pero… en muchos momentos, a los padres nos genera grandes angustias”, me lamenté.

“¡Qué va! Lo que genera angustia no es la paternidad –respondió-, sino el deseo de ‘ser un buen padre’, y el temor a estar fracasando en ese intento.”

“¡Por supuesto que quiero ser un buen padre para mi hijo!”

“Ya lo ves: ese es el problema. Al desear ‘ser un buen padre’, en tu mente, en ese instante mismo, creas la posibilidad de ‘ser un mal padre’. Y es comprensible que cargar con esa hipótesis resulte insoportable. Entonces, si ves que tu hijo hace algo que consideras inconveniente o peligroso para su integridad, tu angustia crece, porque de inmediato atribuyes su conducta a tu mala paternidad: el sentimiento de culpa es inevitable.”

“Hmmm… no sé… no sé…”

“Observa bien: tu padre no te crió como tú estás criando a tu hijo. Tu abuelo, no crió a tu padre como él te ha criado a ti. Y así podemos seguir reculando en el tiempo, y verás que con cada generación la cosa cambia. En distintos tiempos, en diferentes culturas o clases sociales, los padres cuidan y educan a sus hijos de maneras muy diferentes. Tampoco tu vecino, ahora mismo, cría a su hijo como tú al tuyo. ¿Quién, de todos esos, es el ‘buen padre’?”

“Bueno, imagino que cada uno piensa que lo está haciendo de la buena manera, o lo mejor que puede.”

“¡Exacto! ¡Me estás dando la prueba de que ‘ser un buen padre’ es imposible! La paternidad es algo tan natural como respirar y caminar, como el volar de los pájaros”, repitió la piedra, seguramente para que yo captara de una buena vez su argumentación. “Ser padre es una experiencia y, en consecuencia, del orden de lo relativo. Lo mismo que para unos es ‘bueno’, para otros es ‘malo’.”

“Entonces… ¿qué me propones? ¿cómo se lleva a la práctica tu teoría?”

“No es una teoría, es una observación, me corrigió la piedra. Intenta, por un momento, renunciar al deseo o a la pretensión de ‘ser un buen padre para tu hijo’. ¿Cómo te sientes, ahora mismo, si renuncias?”

“Ahora mismo, bastante desconcertado. No sé si entiendo bien lo que me explicas, pero… si me quito de la cabeza el deseo de ser un buen padre… me siento más tranquilo, aliviado”, tuve que reconocer.

“La vida no te pide que seas un buen padre para tu hijo: la vida sólo te pide que lo ames.”