Esta mañana, le avisé a la piedra que mañana no nos veríamos, porque hoy debo viajar a la ciudad para pasar unas pruebas médicas. 

Ante su interés y curiosidad, le expliqué en detalle de qué se trata. 

“No te oculto que estoy preocupado”, confesé.  

“Sí, te noto bastante nervioso”, me dijo. Y enseguida agregó: “No te conviene temer y angustiarte, puesto que todo saldrá bien.”

“Gracias, eres muy amable…”

“No tienes nada que agradecerme. No te estoy manifestando el deseo de que esos exámenes tengan un resultado determinado. Recuerda que soy una piedra, no suelo tener deseos y, si rara vez alguno me surge… lo observo, no me identifico con él. Simplemente, estoy afirmando lo que sé: que todo será como tiene que ser. En ese sentido, podríamos decir que no hay dos posibilidades: sólo te puede ir bien.” 

“¿Y cómo lo sabes? ¿Tienes una bola de cristal cargada de optimismo…?”

“Ni bola de cristal, ni poderes adivinatorios”, me respondió la piedra. “Llevo miles de años observando los acontecimientos que se suceden sin cesar, y jamás he visto que algo fuera ‘mal’, o que ocurriera lo que no tenía que ocurrir, o que algo sucediera de modo equivocado. Entonces es lógico que, simplemente a partir de mi propia experiencia, pueda afirmar que también con tus exámenes clínicos pasará lo mismo.”

“Pues… imagina que, tras las pruebas de mañana, me anuncian que tengo cáncer. ¿Voy a considerar que todo va bien?”

La piedra no me respondió de inmediato. Se tomó unos segundos, como si buscara la mejor manera, o las palabras más adecuadas para compartir su punto de vista con un humano moderadamente angustiado. Al fin, me dijo:

“Si ahora, antes de los exámenes, piensas que hay dos posibilidades, es decir: que te puede ir bien, o mal… tu angustia y tu sufrimiento están asegurados. Y, en ese caso, tu sufrimiento aumentaría considerablemente si al cabo de unos días te informaran de que efectivamente tienes cáncer. ¿Me sigues?”

“Perfectamente. Es, de hecho, lo que estoy viviendo.”

“Si observas de manera ecuánime, verás que en realidad no hay ‘dos’ posibilidades, sino tu deseo de que las cosas sean de una cierta manera y no de otra: tú generas la dualidad. Cuando algo no ocurre según tu deseo o preferencia, consideras que ese algo… va ‘mal’. En ese momento, podríamos decir, tú ‘creas el mal’. Parece evidente que ese modo de afrontar las cosas… no te conviene.” 

 “¿Y qué me propones?” 

“Algo muy simple: si dejas de tomar tus deseos como norma de lo que ‘tiene que ser’, de cómo deben ocurrir los acontecimientos, de cómo debe funcionar el mundo… si aceptas las cosas tal como son, sólo crearás y verás, todo el tiempo, el ‘bien’. ¡Te sentirías mucho mejor!”

Las piedras, en principio, no sonríen ni sienten, pero yo tuve la impresión de que la gran piedra de mi jardín me sonreía, compasiva. 

Y su sonrisa me hizo bien.