Esta mañana, le comentaba yo a la piedra que me sentía tan bien y a gusto en el jardín, que me daba pereza subir al coche y viajar 18 kilómetros hasta el supermercado para comprar varias cosas que necesito. 

“No viajes, no vayas.”

“¿¡Qué dices!? ¡Tengo lista larguísima de cosas que comprar…!”

“No es necesario que viajes”, me interrumpió la piedra y afirmó, como siempre, muy segura de sí misma: “Todo está aquí”.

“Yo, aquí, veo árboles, plantas, flores, piedras, insectos… Y necesito arroz integral, fruta, jabón…”

No pude seguir desarrollando mi lista de la compra, porque la piedra me lo impidió con una pregunta:

“Para ti… ¿hasta dónde llega ‘aquí’?”

 “Aquí es donde estoy en este momento, en este rincón del jardín, charlando contigo”, dije.

“¿Y la casa, a la que el jardín pertenece, no es aquí?”

“Bueno… también”, tuve que admitir. 

“Y este pequeño pueblo, donde se encuentra la casa: ¿no es aquí? ¿No estás ahora en el pueblo?”

“Visto así, sí, se puede decir que el pueblo… también es aquí.”

“El pueblo, no me lo podrás negar, está en esta comarca.”

“Es verdad.”

“Y el supermercado también está aquí, en esta comarca.”

“Exacto.”

“Pues lo que te decía: no necesitas viajar. Si amplías un poquito tu observación, te puedes ahorrar la idea de viajar, la pereza, y el disgusto por coger el coche: todo está aquí.”